PREPÁRESE PARA SERVIR AL SEÑOR

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miércoles, 20 de junio de 2007

CAPÍTULO 9: LOS DONES ESPECIALES



PRIMERA PARTE:
DONES ESPECIALES PARA EL SERVICIO CRISTIANO:
Los que ayudan, los que sirven, los que reparten, el diaconado.






Naturaleza de los dones de servicio.




La Trinidad como fuente y raíz de los dones de servicio.


Si nos detenemos un poco a analizar la naturaleza interna de Dios, nos damos cuenta de que Dios no es una unidad absoluta. Dios es una unidad compuesta por la persona del Padre, la persona del Hijo y la persona del Espíritu Santo. Un Dios absoluto no tuviera concepto ni sentido de relación. La relación implica, por lo menos dos partes para su manifestación y dos partes que se correspondan mutuamente a una naturaleza común. La naturaleza divina de que está compuesta cada persona de la Trinidad, les capacita para una cabal expresión de sus relaciones mutuas de tal manera que la obra que le concierne a uno como personalidad independiente, le es atribuida a los tres como unidad divina. Lo que se resalta, dentro de esta comunión eterna tripartita, es la cooperación mutua de cada componente que hace perfecto el plan eterno de Dios. Cada parte coopera, trabaja, ayuda, sirve: y en la manifestación de esta actividad cooperativa se refleja la complacencia de Dios, su amor eterno manifestado evidentemente en toda la creación.


La creación del hombre refleja algo de la naturaleza de Dios. Éste fue “hecho a imagen y semejanza de Dios”. Es de notar, que cuando Dios creó al hombre, aunque éste se hallaba rodeado de una naturaleza pródiga, tanto el reino animal como el reino vegetal, sin embargo, Adán experimentó un estado de soledad inmensa que nada podía suplir. Nada creado estaba acorde a su naturaleza interna, y aunque él se servía de todo lo que le rodeaba, sin embargo “para Adán no se halló ayuda idónea” (Gén 2:18).


Dios, fiel intérprete de nuestras necesidades, al ver el conflicto en que se hallaba el hombre, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, le haré ayuda idónea” (Gén. 2:18). Dios ha hecho al hombre de tal manera que le sea imposible o, por lo menos difícil, vivir solo y aislado. El hombre necesita de alguien que lo complemente, con quien relacionarse, con quien compartir sus alegrías, sus penas, su trabajo. Es la creación de la mujer para el hombre lo que echa abajo el orgullo de muchos para creer que no necesitan de nadie. El hombre es un ser dependiente (necesita de todo y de todos). Es imposible acometer solo una obra, necesitamos mayor o menor grado de ayuda; no solo para compartir el trabajo, sino para compartir también la alegría del éxito.


Tendencia gregaria.


Llamámosle “tendencia” gregaria y no instinto, puesto que este último es característica de los seres irracionaoles, como los animales, pero el hombre es un ser racional. Ésta consiste en la capacidad que Dios nos ha dado para vivir en grupo o sociedad de una manera consciente y sistematizada. Cuando vemos a una persona que se aísla del seno de la sociedad en que vive; se aparta, anda solo, lo calificamos de anormal, pues lo normal es que viva en relación con los demás. El relacionarnos con los demás implica ciertas responsabilidades insoslayables y ciertos deberes. Estas responsabilidades y deberes son manifestaciones naturales que sirven de incentivo para la cooperación, el servicio y la ayuda.


Una sociedad donde cada componente ayuda, sirve y coopera desinteresadamente y cada componente corresponde aceptablemente, es una sociedad que prospera. La retracción del individuo implicaría anormalidades dentro del grupo. Tanto en los países grandes como pequeños, familias grandes o pequeñas, iglesias grandes o pequeñas, cuando se pierde de vista las bases sobre las cuales se asienta esta tendencia puesta por Dios todo va al suelo.


Estos principios no son pasados por Dios dentro de su pueblo. Es precisamente, dentro del pueblo de Dios donde deben tener expresión plena, cabal, recta y correcta estas verdades. Somos una sociedad, vivimos en sociedad. En esta sociedad llamada Iglesia no vivimos aislados, somos partes unos de los otros, “miembros los unos de los otros”; y es en Cristo, por medio del amor y despojado de todo orgullo personal, el que nos hace vivir unidos, y donde cada miembro “según la actividad de cada miembro” trabaja, coopera, ayuda, sirve, “para ir edificándose en amor”.


Satisfaciendo una necesidad.


Jesucristo dijo: “Así que todas las cosas que quisierais que los hombres hicieran con vosotros, sí también vosotros haced con ellos”


Pablo dijo: “Servíos por amor unos a los otros”, y como miembros del Cuerpo de Cristo “nos ayudamos mutuamente” . Diríamos que es una necesidad la manifestación del amor a través de la vida de servicio. El amor es práctico y en su manifestación se troca en obras.


El hombre vive en un estado de insatisfacción cuando, dando manifestación a su egoísmo, vive para sí sin pensar en los demás; sin pensar que su cooperación pueden servir y contribuir a la felicidad de los demás. Es la vida de servicio lo que hace dulce la existencia y es la vida de servicio la esencia del cristianismo. Esta vida satisface al alma cuando vemos que nuestro aporte ayuda a la edificación y unidad el cuerpo. Es una necesidad profunda servir, ayudar. Dios nos ha hecho con una naturaleza capaz de hacerlo, Dios espera que lo hagamos e ir en contra produce conflictos e infelicidad internas.


Distorsión.


El pecado ha sido la causa de la distorsión de todas las cosas buenas que Dios ha hecho con y para nosotros. Este sentimiento de ayuda y espíritu de servicio - actitudes innatas en el hombre - han sido aprovechadas por hombres perversos para esclavizar y poner a su servicio exclusivo a los otros hombres, creándose lo que se llama “amos o señores” y “siervos o esclavos”.


Los amos, perdiendo toda sensibilidad, se aprovechan al máximo y con fines egoístas del servicio que le prestan los hombres. Por otra parte, los “siervos” se revelan, odian, matan, destruyen cuando pueden reaccionar contra sus amos. Esto es producto de la pérdida del concepto y la práctica del “servicio desinteresado y por amor” por parte de él y la pérdida, por parte del amo, del sentido de igualdad, de la cual Dios ha revestido a todos los hombres y la necesidad de la cooperación desinteresada para vivir felices. (1 Tim. 6:1-2).


Solo Cristo, el vindicador de todas las causas, el restaurador de su obra, es capaz de darle todavía el verdadero matiz y significado a estas cualidades y principios. Dios por medio de su Espíritu, transformando y cambiando la naturaleza humana, (que por su condición caída produce todas estas anormalidades) hace posible estas virtudes. Solo Dios produciendo un verdadero amor en el corazón del hombre, y mucho más: solo el Espíritu de Dios es capaz de hacer en medio de Su pueblo y a través del creyente que este deseo y sentir de ayudar y servir sean una realidad incondicional; pero ahora producto, no de un sentimiento meramente humano, sino como producto de una obra sobrenatural de Dios concedida al creyente como una dádiva, como un don, cuya fuente es el Espíritu de Dios.


ANÁLISIS DE LOS DONES DE SERVICIO.
(Mateo 25;21-24; 24:48)


Dentro de la Iglesia, y para edificación de ella, Dios ha levantado a hombres y mujeres con tres capacidades gloriosas, que no dejan de ser sobrenaturales, aunque la materia prima sea la necesidad, la miseria y la impotencia; no dejan de ser del Espíritu de Dios, aunque su manifestación sea a través del hombre, y no dejan de ser relevantes e importantes aunque en ocasiones, sean hechas en el anonimato. Estas son: los dones de servicio, ayuda y el que reparte canalizados muy especialmente a través del trabajo del diácono.


¿Qué es el don de servicio? (Rom. 12:7)


La palabra que se traduce como “servicio” es, en griego, “diakonía” y significa: servicio, función, oficio, cumplimiento, ministerio especialmente eclesiástico; socorro, limosna). Está relacionado con el verbo "diakonéo" que significa, a su vez: servir, prestar servicio; socorrer, ayudar, proveer; suministrar.


Como don, es una capacidad sobrenatural que el Espíritu de Dios da a algunos miembros del Cuerpo para colocarse, incondicionalmente, sacrificadamente y con amor, en las manos de Dios para suplir necesidades en las que hay que emplear tiempo, esfuerzo, trabajo, talento, recursos, para beneficio de los siervos de Dios y la obra en general.


El campo de manifestación de este don es ilimitado, no está circunscrito a una sola área o lugar. La materia prima con que trabaja es la necesidad de cualquier índole que sea y allí, desde las cosas que parecen más sencillas hasta las que parecen más complejas, aquí aparece el don para aliviar la carga, edificar, bendecir y contribuir a la unión del cuerpo. Dios da suficiente gracia para que el servidor pueda hacer su tarea, aún en las condiciones mas difíciles. De estas características se desprende el hecho de la necesidad del factor sobrenatural para su cabal manifestación.


Hasta cierto punto, podemos decir que, todo ministerio es una obra de servicio para Dios, por lo cual no podemos tampoco darle un carácter restrictivo a la manifestación de este don para ciertos y determinados trabajos, sino que toca a todos. Por esta razón, cada ministerio, cualquiera que sea, necesita estar vitalizado y complementado con la capacidad de servicio como don del Espíritu. (Gál. 5:13).


Sin embargo, su manifestación se especializa al levantar algunos creyentes dentro del pueblo de Dios, dispuestos a colocar sus personas - talentos y capacidades, tiempo, esfuerzo, trabajo - para complementar otros ministerios. A estos hombres y mujeres los mueve un sentimiento: al amor a Dios y a su obra; y los mueve la necesidad de la obra y sus siervos. Tienen visión para ver y capacidad sobrenatural para servir. Son, los que llamamos comúnmente las “columnas” que sostienen el quehacer de la obra de Dios. Son siervos de siervos.


Jesucristo, ejemplo de siervo.


“El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”. Estas palabras están pronunciadas dentro del contexto de una petición de “la madre de los hijos de Zebedeo” (Juan 20:20): “Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. “Derecha” e “izquierda”, lugares de posición, autoridad y privilegio. Este era el sentir de los dos, manifestado a través de su madre. Sin embargo ellos no sabían lo que pedían. Estas posiciones no se obtendrían mediante privilegios personales, ni motivados por la parcialidad sentimental. Una cosa sí era real: ellos podían participar de “su copa” y “su bautismo” (Mateo 26:27; Juan 18:11; Luc. 12:50); lo demás estaba en la potestad del Padre. Antes de los privilegios vienen los sacrificios; antes de la gloria, el sufrimiento. Esto quería decirles Jesús.


Para terminar de responder y rectificarles, Jesús enfoca la situación desde otra perspectiva, para dejar sentadas las bases sobre las cuales se sostendría el logro de las posiciones y rangos: en Su reino las cosas no iban a ser como entre los reinos de los hombres: “los gobernantes se enseñorean de las naciones”, “los grandes ejercen sobre ellas potestad” (v. 25) “más, entre vosotros NO SERÁ ASÍ, sino que EL QUE QUIERA SER GRANDE SERÁ VUESTRO SERVIDOR y el que quiera ser el PRIMERO SERÁ VUESTRO SIERVO”. La prioridad del reino de Dios es la vida de servicio. Cristo primero fue SIERVO para poder llega a ser REY. Este es el mecanismo, la fórmula. No hay otra.


El asunto del reino y los privilegios permanecían en la mente de los discípulos. En otra ocasión, todos estaban enfrascados en una discusión “sobre quién de ellos iba a ser el mayor” (Luc. 22:24). Jesús, con toda su paciencia y recordando el incidente con la madre de Juan y Jacobo, vuelve a repetirles el ejemplo de los gobernantes y añade otra ilustración: “¿Quien es el mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? PERO YO ESTOY ENTRE VOSOTROS COMO EL QUE SIRVE”. Y a continuación vienen las palabras que pondría fin a sus discusiones y alivio a sus preocupaciones: “Pero a vosotros, que habéis permanecido conmigo en mis pruebas, yo os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mi, para que comáis y bebáis a mi mesa, en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (v. 30)


Lo que el Señor quiso decir fue: “Este privilegio de estar conmigo, sentados a mi mesa, no será exclusividad de ninguno, sino derecho de todos, porque ustedes son los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Más que el privilegio de sentarse simplemente a mi mesa, yo les doy a ustedes mucho más: “les asigno un reino ...” para que coman y beban a mi mesa en mi reino, y todavía algo más, para que ustedes se sienten en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (vs. 28-30). Primero “pruebas” y “servicio”, después “recompensas”. Esta es la vía, no hay otra. Jesucristo nos dio el ejemplo, en actitudes, palabras y obras (Fil. 2:7) para que de él aprendamos, y a él imitemos.


Esta lección fue aprendida muy bien por sus discípulos. En sus cartas comienzan con la presentación de sus credenciales: “Pedro, siervo de Jesucristo...” , “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo...” , “Judas, siervo de Jesucristo...”, “Su siervo Juan...” (Apoc. 1:1). Pablo aprendió lo mismo: “Pablo, siervo de Jesucristo...”


Cualidades del que sirve.


En ocasiones hemos escuchado la presentación de algún predicador de la siguiente forma: “En esta noche me complace en presentar, “al gran siervo de Dios, Fulano de Tal”. Entiendo perfectamente bien el grado de dignidad que se quiere reconocer en este tipo de presentación, pero realmente la Biblia no le atribuye el calificativo de “grande” a ningún siervo. La Biblia nos habla de dos tipos de siervos solamente: “siervo bueno” (Luc. 19:17) y el “siervo malo”. Mateo (18:32) Veamos


SIERVO BUENO SIERVO MALO
1. Fiel. (Mateo 24:45) Negligente (Mat. 25:26)
2. Prudente. (24:45) Irresponsable.


Del malo nunca se habla. Del bueno siempre se recalca su fidelidad. Pero al siervo bueno le caracterizan otras cualidades que son dignas de resaltar y que descubre su verdadero carácter. Entre ellas tenemos: su prudencia, su responsabilidad, su humildad (Lc. 22:26;); su competencia. (Mt. 6:24); su gratitud, (Mt. 8:15); su ánimo (Ef. 6:7); y sobre todo su amor. (Gá. 5:13). El fiel servidor se convierte en el canal del amor de Dios abundando en “buenas obras”. Su labor edifica y bendice la obra de Dios, a los siervos de Dios y a la Iglesia toda.


En la Biblia tenemos ejemplos sobresalientes de servidores fieles: Eliezer, siervo de Abraham, Josué, Ur, Caleb, Sanuel, Baruc, Eliseo, Giezi, Juan Marcos, Timoteo, Gayo, etc. Muchos de estos humildes servidores, llegaron a ser, posteriormente líderes prominentes dentro del pueblo de Dios.


PARA LLEGAR A SER UN BUEN DIRIGENTE, PRIMERO HAY QUE SER UN SIERVO OBEDIENTE.



EL QUE AYUDA.


La palabra empleada en el original griego es “antilempsis" que significa “ayuda, auxilio”. Está relacionado con el verbo “antilambáno”, que, en este caso, puede traducirse como: poner mano en algo, ocuparse, preocuparse de, tratar de conseguir algo, hacerse cargo, amparar a alguien, tomar por su cuenta a alguien). Para comprender la naturaleza de este don sería bueno hacer un cuadro comparativo que nos ayudará a definirlo:

COMPARACIÓN ENTRE SERVICIO Y AYUDA.

Servicio: Es de carácter permanente o, por lo menos, de larga duración.
Ayuda: Es eventual. Se manifiesta cuando se produce alguna necesidad, para hacer provisión.

Servicio: Tiene que ver con la persona. Es la persona la que se ofrece.
Ayuda: Tiene que ver con provisiones materiales. Se manifiesta especialmente en el área social de la Iglesia.

Servicio: En el ámbito espiritual, anima, consuela, apoya, orienta.
Ofrece tiempo, capacidades, talentos, recursos, etc.
Ayuda: Coloca, al servicio de la Obra, recursos materiales para suplir necesidades. 

Definición del don de ayuda.

Teniendo en cuenta la diferencia entre uno y otro don, podemos llegar a la conclusión de que el don de ayuda:

Es una capacidad sobrenatural concedida por el Espíritu de Dios a algunos miembros del cuerpo, que les provee de una disposición santa para dar asistencia tanto material como espiritual al necesitado, y los inmpele a colocar sus intereses al servicio de la obra de Dios en todos los aspectos en que se mueve para suplir lo que falta.

En la manifestación de este don hay una espíritu de desprendimiento y renunciación, aún de aquello que pudiera resultar importante, para engrandecer la obra de Dios. Una de las cosas que hace el Espíritu de Dios es afectar el “yo”, eliminando el egoísmo y el interés personal. El reino de Dios viene a constituirse en el objeto más importante para la inversión de sus bienes. De estos hechos se desprende la necesidad del aspecto sobrenatural , porque en lo natural nadie obraría así.

En ocasiones el don de servicio y ayuda obran juntos complementándose y canalizándose a través del ministerio del diácono como lo habremos de considerar posteriormente. A veces se hace difícil distinguir a ambos, porque aunque tienen características diferenciales, también, por la naturaleza particular de cada uno, tienen características similares.

Ejemplos del don de ayuda.

Como ejemplos concretos de la manifestación de este Don, podemos resaltar: Los siete primeros “diáconos” (Hechos 6:2-7); Dorcas (Hech. 9:36:41), Priscila y Aquila (Hechos 18:2-26; Rom 16:3-4), María (Rom. 16;6), Urbano (v. 9), Trifena, Trifosa y Pérsida (v. 12), Tercio (v. 22), Onesífiro 2 Tim. 1:16-18), Lucas y Marcos (2 Tim. 4:11), etc.

EL QUE REPARTE
(Rom. 12:8).

El Nuevo Testamento Interlineal Griego Español de F. Lacueva, traduce: “el que comparte, con sencillez”. La Nueva Versión Internacional traduce: “si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad”. La versión Dios Llega al Hombre lo traduce: “el que da hágalo con sencillez” y la Biblia de Jerusalén traduce: “El que da, con sencillez”.

El verbo utilizado en el griego es “metadiduz” (metadidouz) que quiere decir: “dar parte, hacer participar (a alguien de algo), entregar”. La idea de “dar”, “compartir”, “repartir”, está estrechamente vinculada con la generosidad de Dios en la creación y hacia el hombre. (Salmo 145:11-20; 147:7-11; Salmo 104, etc.) La generosidad de Dios, que reparte, da y socorre es el incentivo para que el hombre y, muy especialmente, Sus hijos, que han experimentado la realidad de todas Sus bendiciones, sean movidos a compartir lo que tienen para que otros, que menos tienen, sean beneficiados. El hijo de Dios “reparte, da a los pobres, su justicia permanece para siempre, su poder será exaltado en gloria” (Salmo 112:9).

El Apóstol Pablo se hace eco y dentro del contexto de la generosidad que debe caracterizar a la Iglesia para ayudar y socorrer a los hermanos más necesitados y junto con el salmista repite: “Como está escrito: Repartió, dio a los pobres, su justicia permanece para siempre”. Seguidamente concluye con el pensamiento de que Dios es el que da, multiplica y prospera para que nosotros liberemos nuestra generosidad para la suplencia de las necesidades de otros y para la gloria de Dios. (2 Cor. 9:9-l4).

Manifestado como un don, el que reparte es movido por un espíritu altamente generoso. Pero esa generosidad es producto de la obra del Espíritu en el corazón del creyente que potencializa esta virtud para que la persona se desprenda de parte de lo que Dios le ha dado, con el fin de darlo al necesitado. Dios da, para dar. Esto lo constituye en un don sobrenatural. Aunque este don es la manifestación personal de la generosidad de Dios a través de su instrumentación humana, vamos a ver cómo conjuntamente con el don de “servicio” y “ayuda”, se conjuga dentro del ministerio del diácono para la realización de un ministerio edificador.


EL MINISTERIO DEL DIÁCONO.

Para comprender qué es o en qué consiste el ministerio que debe desarrollar el diácono dentro de la Iglesia local, es necesario saber cuáles son las herramientas espirituales que inciden en la realización de este trabajo. Estos tres dones - servicio, ayuda y repartimiento - inciden, se desarrollan y manifiestan a través de un verdadero ministerio diaconal.

Es necesario que la Iglesia Local sepa discernir y descubrir cuáles son los creyentes, que dentro de la Iglesia les caracteriza un espíritu de colaboración, un espíritu de ayuda, de generosidad, de iniciativa personal para estar donde está la necesidad y la disposición de hacer provisión para su solución. Recordemos que no es, necesariamente, el creyente que más tiempo lleva en la Iglesia, no es el más sabio intelectualmente, no es tampoco el más fervoroso, ni el que más aleluyas dice, ni el que parece más buenazo y tranquilo. Cuando hay un hermano que siempre está haciendo algo, con una iniciativa personal marcada, con un espíritu de servicio marcado, ayudador, conjuntamente con los demás requisitos, podemos ir pensando en un ministerio de diácono potencial.

Circunstancias que dieron origen al ministerio del diácono.

El Espíritu Santo fue, por decirlo así, la persona que engendró la Iglesia. Durante el ministerio terrenal de Jesús, notamos la influencia del Espíritu usando sus enseñanzas para producir aquello que el día de Pentecostés se constituyó como la Iglesia de Jesucristo. Pero lo que sucedió ese día no fue mas que el comienzo de una obra que tendría su proceso organizativo a través de su historia y que el mismo Espíritu de Dios se encargaría de recoger en las páginas de las Sagradas Escrituras.

Cierto es que, para que el Espíritu Santo pudiera darle forma a la Iglesia, ésta tendría que enfrentarse con una serie de obstáculos entre los cuales cuatro son los más sobresalientes: 1°. Los prejuicios de carácter social, 2°. Los prejuicios de carácter étnico, 3°. Los prejuicios de carácter religioso, y 4°. Los prejuicios de carácter económico.

El evangelio tendía a la universalización de la Iglesia. Ella no estaría limitada a un grupo nacionalista, ni partidista, sino que se extendería a través del mundo uniendo en un mismo amor y propósito a toda nación, tribu y lengua. Solo el evangelio logró deshacer, en aquellos primeros tiempos, todas las barreras que hubieran podido provocar la división, estancamiento y destrucción de esta gran obra.

En la institución, crecimiento, progreso y organización de la Iglesia se hace evidente la obra maestra del Espíritu Santo colocando los diferentes ministerios y dones en el Cuerpo, que ayudarían a su edificación y progreso, de manera que, el Espíritu, sin prejuicios de ningún tipo llegaría a utilizar desde el siervo hasta el amo.

Crecimiento de la Iglesia (Hch. 6:1).

Los nuevos convertidos se producían, tanto el área de los judíos, como en el área de los gentiles; pero el mayor grupo era de judíos y judíos helenistas. Los helenistas eran los judíos que había adoptando las costumbres y asimilado la civilización y lengua griega, pero persistían en la creencia religiosa legada por sus padres. “En aquellos días como creciera el número de los discípulos...” (v. 1). El rápido crecimiento traería por consecuencias otros problemas.

Aumento de trabajo de los apóstoles.

La labor encomendada por Cristo a los apóstoles fue la ministración de la Palabra de Dios. Esto traería por consecuencia la dedicación extra de tiempo, que se acortaba más y más a causa del trabajo excesivo y traería consecuencias impredecibles en las relaciones del grupo. Repartir y distribuir las ofrendas que traían a sus pies, la atención a las viudas en sus necesidades, surtían sus efectos: a) Eclipsaban el ministerio y la visión misionera, b). Producía descontentos y desavenencias entre la congregación. (Hechos 4:35-37; 5;1) c) Restaba el tiempo de preparación espiritual.

Toda esta situación generaba cierto estado de caos que ponían en tela de juicio el actuar y carácter de los apóstoles. “El crecimiento había dejado atrás la organización”. Era imposible, que un grupo tan grande pudiera ser atendido y administrado por los apóstoles solos. Esta situación fomentaba en la Iglesia un espíritu divisionista.

Ante estas circunstancias, el Espíritu Santo hacer ver a los Apóstoles el descuido de su máxima responsabilidad y los mueve a proponer a la Asamblea una moción encaminada a la solución del problema: “Búsquense siete varones de buen testimonio, llenos de Espíritu Santo y sabiduría a quienes encarguemos estos trabajos” v. 3. Todo esto agradó a la multitud, siendo esto la solución sabia que resolvió el problema.

El verbo griego traducido como “buscar” es “episkopeo”, que significa, entre otros, “mirar, observar, examinar, considerar; poner cuidado o atención; inspeccionar, pasar revista; visitar (especialmente a un enfermo)”. Involucra la idea de una búsqueda atenta, que presupone el examen cuidadoso, la observación atenta, la inspección. Justamente, Lacueva traduce el verbo como “inspeccionad”. La elección de los diáconos no surgía de una búsqueda más o menos superficial, sino de una inspección cuidadosa, entre los hermanos, para ver quiénes eran aquellos que cumplían con los requisitos establecidos por los apóstoles. (Nota al margen: Obsérvese que en este caso no se emplean ninguno de los verbos griegos que se traducen en otras partes del NT, como “buscar”: “Dseteo” y sus compuestos: “anadseteo”, “ekdseteo”, “epidseteo”).

Es importante tener en cuenta que, en la elección de los diáconos, los líderes apostólicos, guiados por el Espíritu Santo, establecieron los requisitos que debían tener los mismos. La asamblea, por su parte, inspeccionó dentro de ella, para detectar quiénes los cumplían, y una vez seleccionados, los presentaron a los apóstoles para que estos los consagraran al ministerio o servicio. Cuando más adelante leemos sobre el ministerio de Pablo, encontramos, por ejemplo, que Timoteo fue consagrado por la imposición de manos de Pablo y los ancianos de la iglesia, sobre las bases del buen testimonio que los creyentes daban acerca de Timoteo. En las epístolas pastorales, el apóstol deja establecido definitivamente los requisitos para que enviados apostólicos como Timoteo y Tito, por ejemplo, pudieran constituir las autoridades locales, ya fuesen presbíteros u ancianos, ya fuesen diáconos.

Quiere decir que, con la institución de LOS SIETE, El Espíritu Santo constituyó dentro de la Iglesia primitiva un ministerio que más tarde se convertiría en un instrumento para el desarrollo y crecimiento de la Iglesia (v. 7). Es de notar que, aunque al principio no se le dio el nombre oficial de “diácono”, sin embargo la necesidad que le dio origen: “servir las mesas” definió las características de este ministerio: “servir” (6:2).

Bases sobre las cuales fueron constituidos los siete “diáconos”.

Se convocó una asamblea con la Iglesia. El modo en que se realizó este acto público en la Iglesia es muy importante:

1. Los Apóstoles hicieron entender a la congregación el trabajo fundamental para el cual Dios los había escogido a ellos. La asamblea reconoció este principio. v. 2

2. Los apóstoles propusieron la elección o más bien selección de siete varones para que asumieran este trabajo. v. 3

3. Proceden a determinar las cualidades que debían realizar este trabajo.

4. Establecimiento del ministerio: Después de haber seleccionado a los siete, de una manera formal fueron presentados ante los apóstoles, los cuales oraron, le impusieron las manos, y la Iglesia los reconoció unánimemente. En estE acto solemne se dio inicio a este ministerio. Este mismo acto de ordenación de los diáconos es el aplicado a la ordenación de otros ministerios. (Hechos 13:3; 2 Tim. 1:6; 1 Tim 4:14). Es de notar que la autoridad apostólica y la organización congregacional (democrática) no se desplazan, sino se completan.

Cualidades básicas originales para el ejercicio del diaconado (v. 3).

1. Buen testimonio dentro de la congregación (“... de buen testimonio”).

2. Plenitud del Espíritu Santo (“Varones llenos del Espíritu Santo”).

3. Sabiduría (“... y sabiduría”).

Función original dentro de la Iglesia.

1. Cobrar las limosnas de la Iglesia.

2. Distribuir o repartir entre los necesitados el dinero y los alimentos.

3. Visitar a los pobres, a los enfermos, a las viudas, a los huérfanos, a los que sufrían bajo las persecuciones, administrando los auxilios necesarios y oportuno.

4. En el caso particular de las diaconisas, estas realizaban en la Iglesia trabajos de servicios que a los hombres les era imposible realizar. Ellas cuidaban los lugares donde se sentaban las mujeres, controlaban el orden, instruían privadamente a las más jóvenes; asistían a los que sufrían persecuciones por la fe. En Romanos 16:1 se menciona a Febe como diaconisa de la Iglesia.

Independientemente del trabajo de servicio inherente de los diáconos, hubo algunos que fueron usados en otros ministerios. En la Biblia sobresalen Felipe y Esteban, que fueron usados como evangelistas y en grandes maravillas y milagros. Esteban, el diácono, tuvo el privilegio de ser el primer mártir de la Iglesia cristiana. Y en Romanos 16:1 se menciona a Febe, “que había ayudados a muchos” , pero ahora se disponía a ser portadora de la carta que Pablo enviaba a los romanos por medio de ella.

El diaconado considerado por el apóstol Pablo.

En Filipenses 1:1 podemos notar que, en el principio, la organización de la Iglesia era sencilla. La composición orgánica de la Iglesia Local era: 1) Los santos (creyentes en general), 2) Los obispos (sobreveedores espirituales: llamados también ancianos o pastores), 3) y los diáconos. Observamos que los diáconos juegan un papel importante en la organización de la Iglesia, siendo este ministerio necesario para su desarrollo, edificación y unidad.

Pablo fundó gran cantidad de Iglesias entre los gentiles, y a la vez orientó a sus líderes en cuanto a la organización a éstas. En este contexto da instrucciones a Timoteo relacionadas con este ministerio. Estas instrucciones habrían de servir como patrón para la Iglesia a través de los tiempos. Para este tiempo ya la Iglesia tenía cierta experiencia y madurez. Había ganado en organización y los creyentes habían logrado un concepto claro en cuanto a sus responsabilidades. Sin embargo, no pasemos por alto que el humano tiene la tendencia de aflojar los principios y Dios tiene que trazar de una forma clara y definitiva requisitos estables y escritos para que ellos servían de guía para la edificación espiritual y organizacional de su Iglesia.

El diaconado llegó a jugar un papel de tanta responsabilidad, alcanzó un grado de desarrollo y catería tal, que aquellos tres requisitos originales se quedaron necesitaron ser complementados con otros que estuvieran a la altura de las circunstancias. De modo que el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, establece una serie de ordenanzas y exigencias para el diácono, similares en muchos puntos a los establecidos para los obispos (pastores). Haga una comparación de uno y otro ministerio y notará el grado de igualdad de exigencia.

Note también que junto con los requisitos para los diáconos, hay una serie de requisitos para las diaconisas ya que la mujer, teniendo dentro de la Iglesia un área de servicio donde el hombre no puede incursionar, está en mejor capacidad que el hombre para realizar ciertos trabajos. El diaconado puede ser ejercido tanto por hombres como por mujeres, pero hombres y mujeres de Dios que tengan un sentido espiritual del servicio cristiano y cuyo testimonio esté a la altura del cargo que van a desempeñar.

No creo que 1 Timoteo 3:11 se refiera a mujeres comunes dentro de la congregación: primero, porque estos requisitos están contenidos dentro de un contexto estructural cerrado desde el v. 1 hasta el 13 dentro del cual se habla de ministerios; segundo, porque no es un versículo aislado, sino que es la secuencia lógica de una idea que predomina en la mente de Pablo, desde el v. 8, relativa a los requisitos relacionados con el ministerio diaconal; y, tercero, porque no veo ninguna objeción en la Biblia para que una mujer pueda ejercer un ministerio de ayuda dentro de su área, ya que un diácono es un ayudador.

Por el espíritu de la ordenanza bíblica nos damos cuenta de que el propósito original y primordial de este ministerio es servir. Este es el gran objetivo del Espíritu Santo a través de los ministerios: servir, ayudar, edificar. Despojados, pues, de todo orgullo y vanagloria ser el puente o canal a través del cual el Espíritu Santo pueda realizar su obra. El servir es inherente al diaconado. Es la vida de servicio el incentivo que hace dulce la vida cristiana; es el antídoto al egoísmo humano. Si aspiras al diaconado, aspiras a un ministerio glorioso dentro de la Iglesia, pero recuerda que el único móvil que debe impulsarte para ejercer tu trabajo es servir. No busques otra cosa, pues no la encontrarás.

Relación entre el ministerio del diácono y el del pastor.

El ministerio pastoral es un ministerio de gobierno. El ministerio del diácono es un ministerio de servicio. Los dos marchan paralelamente dentro de la Iglesia, cada uno en su área. El ministerio del diácono se proyecta hacia al área física y material de la Iglesia, el ministerio del pastor se proyecta hacia el área espiritual de la Iglesia. El ministerio del diácono, aunque es importante dentro de la Iglesia, tiene que guardar el principio de sujeción y como miembro está sujeto al gobierno pastoral. El pastor debe descansar en sus diáconos para una serie de trabajos y responsabilidades que a él, por la característica de su trabajo, le es más difícil hacer. El pastor debe tener en cuenta a sus diáconos, reunirse eventualmente con ellos para programar trabajos y repartir responsabilidades. El pastor debe saber escuchar a sus diáconos y analizar los consejos que provienen de la “multitud de consejeros”. Y en este espíritu armónico, ambos ministerio se unirán para edificar la Iglesia en un espíritu de unidad y amor.

SEGUNDA PARTE: DONES ESPECIALES DE GOBIERNO DENTRO DE LA IGLESIA LOCAL.
“El que preside” (Rom. 12:8) , “Los que administran” (1 Cor, 12:28).

EL QUE PRESIDE
(Rom. 12:8).

La palabra griega empleada para designar este don es proistámenos, participio aoristo de voz media del verbo proístemi, que significa: poner delante (algo o a alguien), exponer en público (algo); colocarse frente; proteger, defender; ponerse a la cabeza; ser el jefe de un partido de conjurados, presidirlo; realizar, ejecutar; aventajar; dirigir, cuidar de, tomar a su cargo.

La traducción puede ser: el que preside, dirige o cuida de. La idea implícita es la de una dirección cuidadosa y protectora. La palabra, en este caso, describe a una persona capacitada para colocarse al frente de un grupo de personas, para tomarlas a su cargo, dirigiéndolas, cuidando de ellas, protegiéndolas.

No hay idea de ejercicio simple (y mucho menos despótico y autoritario) de gobierno o mando, sino de ejercicio de autoridad, de liderazgo, para defensa, protección y cuidado. En este caso, el que preside, se coloca entre el grupo presidido y todo lo demás, para defenderlo. Él es el que se expone: “El Pastor su vida da por las ovejas”.

Esta misma palabra es la que se emplea en 1 Timoteo 3:4-5 (y en 3:12, en el caso del diácono), para describir la autoridad del obispo dentro de su hogar y su aplicación dentro de la Iglesia: “Que gobierne bien su casa ...pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará (epimelesetai) de la Iglesia de Dios?.

Las palabras griegas que, en este pasaje, la RVR traduce como “gobierne” y “gobernar”, son, respectivamente, un participio y un infinitivo del verbo proístemi. Pero también, complementando la idea de cuidado y protección, el apóstol Pablo emplea el vocablo epimelésetai, futuro del verbo epimeleomai: (epimeléomai) cuidar, cuidarse, preocuparse, estar encargado de, estar al frente de, tener a su cargo a; cuidar de, preocuparse por; y cuyo sustantivo derivado es epimeleía (epimeleia): cuidado, solicitud, dirección, administración, gobierno; (etc.)

Hay un vocablo castellano que traduce perfectamente la idea implicada en este último término griego. Es “cura”, la palabra conque comúnmente se designa a los sacerdotes católico - romanos. La misma se deriva del sustantivo latino “cura” , que es usado por los diferentes escritores clásicos como “cuidado, atención, aplicación, diligencia, empeño, esfuerzo, trabajo; inquietud, zozobra, preocupación, solicitud; cuidado amoroso; cargo, dirección, gobierno, administración, gestión, encargo; etc."

El término fue usado, en la antigüedad cristiana latina, para designar a los ministros del culto encargados de un grupo de fieles, o sea, a los pastores. Durante la Edad Media, se siguió empleando en el mismo sentido, como sinónimo del sacerdote cristiano. A partir de la Reforma y hasta el presente, su uso queda restringido al campo católico - romano, debido a circunstancias histórico - culturales conocidas. No obstante, desde un estricto punto de vista semántico, el pastor es un “cura”, es uno que cuida, administra, gobierna, con diligencia y amor al grupo de creyentes que Dios le ha encomendado.

El pastor de la Iglesia es el presidente (obispo) general de la Iglesia Local, por lo cual es una necesidad para él la capacitación del Espíritu Santo de Dios con este don de presidir para poder “cuidar de la Iglesia de Dios” como cuidaría y gobernaría su propia casa. Pero su liderazgo se desarrolla sobre las bases de la cooperación de los demás líderes de la Iglesia que siempre reconocerán en el Pastor a la persona puesta por Dios para dirigir la Iglesia, protegiéndola, cuidándola, para conducirla hacia los fines que Dios pretende.

El Espíritu Santo, a través de los apóstoles, se encarga de establecer cuál debe ser la relación entre la persona que ejerce este don y los que están a su cargo.

Por parte del que preside, la actitud es establecida en el mismo pasaje de 1 Timoteo 3:4,5 en 1 Pedro 5:2 y Hechos. 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros y por el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la grey del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”. El verbo traducido aquí por “mirad” nuevamente es proístemi, en imperativo presente, lo que indica una obligación permanente, constante, por parte del que preside. El cuidado se dirige hacia dos áreas:

1°. Cuidado de “vosotros mismos”. Esta idea es ratificada por Pablo cuando le dice a Timoteo: “Ten cuidado de tí mismo y de la doctrina” (1 Tim 4;16). El que dirige tiene la responsabilidad de cuidarse él mismo para no afectar a los que son dirigidos o presididos.

2°. Cuidado hacia los presididos. Encontramos concretamente los siguientes pasajes:

1 Timoteo 5: 17: “Los ancianos que gobiernen bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”. El verbo traducido como “gobernar” justamente es proístemi. Una traducción del pasaje sería: “Los ancianos que presidan cuidando, protegiendo, preocupándose bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar (lit. la palabra y la enseñanza)”. En el ejercicio del cuidado y dirección de la Iglesia se insta a los creyentes a manifestar su espíritu de reconocimiento y gratitud hacia los que dirigen. Una de las formas prácticas en que se manifiesta el rendirle los honores que les corresponden está descrita en el v. 18.

1 Tesalonicenses 5: 12, 13: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor y amonestan, y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra”.

Nuevamente aparece el verbo estudiado. Nuevamente se insta a extender un reconocimiento hacia aquellos cuyo trabajo o labor es cuidar, proteger, defender a los creyentes que están a su cargo.

LOS QUE ADMINISTRAN
(1 Corintios 12:28).

El vocablo griego que se utiliza para esta palabra es el sustantivo kubérneseis. Lacueva (NT Interlineal Griego - Español) lo traduce como “dotes de direcciones”. El diccionario manual Griego Español VOX lo define de la siguiente forma: “Gobierno de una nave por medio del timón; dirección”; y el diccionario Griego - Español SOPENA: “Acción de gobernar con ayuda del timón”.

La familia de palabras a la que pertenece este término constituye un conjunto de vocablos del lenguaje marítimo o naval. El verbo del cual deriva este sustantivo, kubernao, significa: dirigir, conducir, guiar, pilotar, gobernar; administrar. Otros términos relacionados son, por ejemplo, kubernetér: piloto; timonel; comandante de la marina; kuberneía: fiesta de los pilotos, en Atenas.

Es interesante observar que, aún cuando existen diversos vocablos griegos usados por los apóstoles para nombrar y describir la acción de liderazgo y gobierno, sin embargo este es el único lugar donde se emplea este término. El uso específico del mismo parece reflejar el énfasis que el apóstol da al aspecto directivo del gobierno de la Iglesia Local para que esta no quede sin dirección espiritual. Siendo él un viajero marítimo durante gran parte de su vida, habiendo visto la pericia del timonel en medio de las tormentas en el mar, puede haber tenido en cuenta todo este cuadro, cuando él utiliza esta palabra para designar la naturaleza de esta capacidad del Espíritu, que dota a personas para que ayuden en la dirección de este “gran barco” llamado Iglesia.

Podríamos agregar que este don implica dirección, control, organización y administración. Un vocablo castellano, derivado del griego kybernésis, es “cibernética”, la ciencia de la comunicación automatizada, cuyo ejercicio implica organización, dirección y administración.

Originalmente, la Iglesia primitiva se gobernaba por medio de un grupo hombres los cuales eran llamados “ancianos” (Sant. 5:14) que, por su ministerio, parece aludir a pastores ayudantes, dentro de los cuales había uno principal al que llamaban obispo o sobreveedor (epískopos: inspector, ...) y al cual, por su autoridad, los otros quedaban sujetos (Hch. 14:23; 15:4; 20:17; 1 Ti. 5:17; Tit. 1:5; Sgo. 5:14; 1 P. 5:1; 5:5). Me parece que estos “dotes de direcciones”, “ministradores” o “administradores”, eran ejercidos mas bien por hombres cuya tarea era ayudar en todos los trabajos de carácter espiritual de la Iglesia y que, conjuntamente con los diáconos, formaban el cuerpo directivo de la Iglesia Local. O sea, los diáconos administraban, ayudaban, en todo trabajo relacionado con el aspecto físico y material, y los ancianos desarrollaban tareas directivas, administrativas y organizativas de carácter espiritual, encomendadas por el obispo o pastor.

Necesidad de capacidad administrativa dentro de la Iglesia.

Un barco sin dirección, navega a la deriva. Un avión sin piloto, vuela hasta estrellarse. Un coche de caballos que no tenga quien lo conduzca andará errante sin rumbo fijo, o desbocado rumbo a un precipicio. Un negocio sin un administrador, quiebra. Una casa sin cabeza, se destruye. Una Iglesia sin administración directiva es presa de Satanás y destinada a destruirse. Jesús comparó a sus siervos con mayordomos al cuidado de sus bienes. Los hizo cargo de la administración de sus asuntos en tanto que él regresara. Recabó de ellos fidelidad, idoneidad, laboriosidad, diligencia, optimismo. Depositó toda su confianza en sus capacidades para la administración de su empresa, porque Él mismo se estaba encargando de capacitarlos para tales fines. Las capacidades y dotes que ellos necesitaban eran de carácter espiritual, porque era una empresa también de carácter espiritual la que ellos iban a administrar. Y, mediante la acción del Espíritu Santo, obrando como Espíritu directivo, proveyendo para ellos sus dones, iban a ser capaces de “guiar la embarcación”, “gobernar los asuntos de Su casa”, “dirigir Sus negocios” con sabiduría y eficiencia. A Su regreso, vería los frutos del trabajo de sus administradores y junto con la cosecha, la recompensa por el buen trabajo realizado.

Todos estos dones son un instrumento efectivo para contribuir a que la Iglesia crezca, se desarrolle, madure y en unidad se proyecte para alcanzar objetivos divinos.

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Luz y Verdad es un ministerio transdenominacional de enseñanza bíblica y teológica, dirigido particularmente a las iglesias locales, con el objetivo de edificar a sus miembros y preparar a sus líderes.

El ministerio fue fundado a fines de la década del 90, por el pastor y misionero cubano Luis Enrique Llanes Serantes, misionero de las Asambleas de Dios de Cuba y ministro de la Unión de las Asambleas de Dios en Argentina. Durante largos años, el pastor Llanes llevó las conferencias y seminarios Luz y Verdad a decenas de iglesias, en Argentina, particularmente en la región patagónica. Su partida a la presencia del Señor, el 7 de marzo de 2015, no ha sido impedimento para que el ministerio continúe en la actualidad, de manera más amplia, por el trabajo de sus hijos, que son los continuadores de esta obra,

Además de las conferencias, talleres y seminarios, el Ministerio Internacional Luz y Verdad cuenta con un sistema de estudios bíblicos, teológicos y ministeriales, que incluye: el Plan Alfa de Discipulado Básico, y el Instituto de Formación Ministerial Integral "Luz y Verdad", que cuenta con niveles ministerial: Básico, Intermedio y Avanzado, y con un programa de Bachillerato en tres niveles, y el curso Alfa para nuevos convertidos. Los materiales de estudio usados.

Luz y Verdad cuenta además con presencia en Internet, a través de una red de blogs, en los que aparecen escritos y recursos de edificación para los creyentes en general, y los líderes cristianos en particular.

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